Un hombre sin éxito: Miguel Díaz-Canel
- Will Lukas
- 20 abr 2023
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📷 Foto de Miguel Díaz-Canel en el 2023 (AFP/Adem Altan)
✍ Mario Ramírez
Si la historia contemporánea de Cuba fuera una novela de Tolstoi, habría que tomar como un hecho simbólico que al comienzo de la gestión presidencial de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, ocurriera la mayor tragedia en treinta años en la isla cuando un avión se estrelló por accidente dejando un saldo de 112 muertos.
Sin embargo, este personaje de la narrativa de los Castro aprovechó el siniestro para, siguiendo el modus operandi de Fidel, personarse en el lugar de inmediato y reafirmar su juramento de continuidad de una política nefasta que en seis décadas convirtió al que fuera uno de los países más prósperos de América, en uno de los más pobres y menos democráticos del mundo.
En ese año, 2018, yo me graduaba de la misma carrera —Ingeniería Electrónica— y universidad —Martha Abreu de Las Villas— en la que el ilegítimo mandatario lo hizo en 1982. En mi facultad colgó entonces una pancarta con su imagen en sustitución de la anterior, de Raúl Castro, con la biografía del «insigne graduado» al que todos debíamos imitar. Recuerdo que uno de los comentarios que circuló en ese momento fue que de seguir a Díaz-Canel, quien una vez titulado siguió haciendo lo propio de sus cinco años de carrera, esto es, política; el país se quedaba sin ingenieros.
Una nación donde gran parte de la fuerza intelectual emigra, ¿debía seguir los pasos del ingeniero que depositaba todo su posible ingenio en escalar dentro de las filas de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC)? Demasiado cerca teníamos el ejemplo de aquellos líderes de la UJC y de la Federación Estudiantil Universitaria cuyas ausencias a clase estaban «justificadas», pues la «labor ideológica» era más importante. Demasiado cerca vi luego, cuando hice mi servicio profesional en la Empresa Eléctrica de Camagüey, el juicio de aquel cuadro que dijo preferir la «preparación ideológica» a la «capacidad productiva».
Pero bien, aquí tenemos al futuro dictador, descendiente de asturianos, como infiltrado de los Castro en la Nicaragua de 1987, durante el primer mandato de Daniel Ortega y cuando el Frente Sandinista comenzaba a enrumbarse hacia el terrorífico régimen que es hoy. Fue, en su estancia en la nación centroamericana, el encargado de la UJC para ajustar las tuercas del engranaje socialista de este lado del hemisferio, cuando ya se avizoraba la caída de los aliados europeos. Esos que por la época de su «misión internacionalista» eran jóvenes recién estrenados en el sandinismo y que hoy persiguen ferozmente a los políticos, periodistas e intelectuales opuestos a Ortega, recibieron las enseñanzas de «instructores» como Díaz-Canel. De modo que el deterioro de la democracia nicaragüense es el primer «éxito» del que en la actualidad ostenta los títulos de presidente del país y primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC).
De regreso en Cuba, el otrora ingeniero dejó cada vez más de lado el intelecto para dedicarse de lleno a una política de fracasos, que van desde sus clases a los «compañeros» de las fuerzas armadas, hasta su militancia en los principales órganos destinados a difundir la ideología del régimen, pasando por una tarea que lo marcaría de por vida: la conducción de los restos del fracasado guerrillero Ernesto Guevara, hasta su mausoleo en la ciudad de Santa Clara, donde Díaz-Canel ya fungía como primer secretario del PCC.
Su gestión allí sería difícil de calificar, en una ciudad al centro de un país devastado por la crisis, donde personajes como él, un «ideólogo», según sus allegados, le eran vitales al castrismo que no contaba con otra cosa que sus ideas retrógradas para salvarse el pellejo. En esa época no solo dio al traste su carrera ingenieril, sino que fracasó en su primer matrimonio, del que quedaron sus únicos dos hijos, condenados al trasiego del padre ante las tareas del Partido.
Ya en Holguín el veredicto es más claro: de visita en esa ciudad, años después de que el primer secretario convertido en dictador la dejara, campesinos de esa provincia me pidieron que no les preguntara por el sujeto, pues tan mala había sido su gestión, sobre todo en las zonas rurales, que ni siquiera a sus pobladores les era grato escuchar su nombre. En sondeos recientes, Holguín encabeza varios listados de inconformidad con el mandato presidencial de Díaz-Canel, y fue de las provincias con mayor cantidad de manifestantes en las protestas antigubernamentales del 11 de julio de 2021.
Podría hablarles de cómo lo vi de cerca por primera y única vez, mientras el entonces Ministro de Educación Superior se dirigía a los concursantes de olimpiadas de ciencias exactas a nivel nacional, sobre la necesidad de prepararse ideológicamente para representar a la revolución, como si en el examen de matemáticas se nos pidiera esa ridícula cuadratura del círculo que es creer en la revolución hoy. Una cuadratura que lo condujo, pocos años más tarde, a la silla que ocupa ahora y en la que acaba de ser ratificado, sin otras alternativas, por cinco años más.
Con la frescura de este quinquenio de miseria todavía pisándonos los talones y a la vuelta de otra insurrección nacional, habría que preguntarse si los vericuetos del poder moverán a este encargado pedestre a órdenes del combate previamente dadas, contra un pueblo indefenso y asfixiado. Mientras tanto, el resto es previsible: «coyuntura», apagones, escasez de todo, revueltas, represión, política internacional hetaira y mediocre, figurarán en la agenda de este sucesor designado con tan amplia lista de descalabros que será recordado en nuestra historia, si a esto alcanza, como lo que es: un hombre sin éxito.




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