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  • Foto del escritorAustin Llerandi Pérez

El país de las haches

Ya en el lejano año de 1726, los autores del Diccionario de la Lengua Castellana publicado por la Real Academia sentenciaban de la hache: “casi no es una letra”. A fin de cuentas, ¿qué es la hache, sino una letra muda? Si la palabra escrita desapareciese en este mismo momento, el debate acerca de la utilidad de la letra hache en el mundo quedaría zanjado de una vez por todas. Contrafactualmente, si la hache desapareciera, buscaríamos otra manera de diferenciar hojear de ojear; huno de uno; hola de ola… el lenguaje, nomenclatura viva de la realidad, mutaría una vez más para engullir a una grafía indefensa. Sucede lo mismo con los pueblos, que en su vulnerabilidad eligen el lenguaje del éxodo, esa patafísica.


La emigración en Cuba, siguiendo los caminos de la semántica, no es tan solo una palabra. Los conceptos de exilio, destierro, extrañamiento y el mismo éxodo se confunden irremisiblemente, perdiendo las fronteras de sus significados intrínsecos, porque en realidad, más allá de las causas de la partida, se erige la gran consecuencia de la otra opción, la opción que se contrapone diametralmente, y esa opción es quedarse, permanecer, continuar en el país y someterse al más ensordecedor de los silencios.



Exit 4 © Pepe Pérez
Exit 4 © Pepe Pérez

La tercera ola de emigraciones masivas, seguida del período comprendido entre diciembre de 1965 y abril de 1973, se produjo a inicios de la década de 1980. En esos años, no se podía hablar en público de intereses migratorios. Los actos de repudio, los linchamientos, eran algo corriente en la época. Los que pretendían emigrar de Cuba, entonces, tenían que hacerlo en silencio, como las haches. Esto no ha cambiado mucho, es válido decirlo. Circula por las redes un tuit que reza: el cubano nace, crece, se escapa de la escuela, se escapa del trabajo, se escapa de la casa, se escapa del país, y como es parte de la idiosincrasia nacional, el cubano se ríe, pero muchas veces se ríe de sus propias desgracias. También está la broma que consiste en reproducir la conversación de dos interlocutores:


̶¿Cómo te va la vida?

̶Tú sabes, no nos podemos quejar.


Volviendo a los ochenta, los que tenían el valor de declarar en público que planeaban emigrar a Estados Unidos, o la mala suerte de que sus intenciones fuesen descubiertas por algún cederista apasionado, se veían literalmente asediados. Los vecinos, esos a los que podías pedirle en días anteriores una latica de arroz para terminar el mes, ahora se formaban cual milicianos en las afueras de tu casa y lanzaban huevos contra tu fachada, piedras, vociferaban consignas como ¡Patria o muerte!, o cantos burlescos como ¡pim pom fuera, abajo la gusanera!


Por eso abandonamos nuestro país, por esa mancha sobre la puerta que no podemos quitar, la mancha de no poder vivir dignamente. Nos marchamos —muchas veces— arriesgando la vida, llevando adentro las últimas palabras escritas por José Martí, que tan vapuleado ha sido ontológicamente por el régimen castrista, porque “en silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin”. Nuestro fin es la libertad, y dejamos nuestra patria con el silencio de las haches, con una mudez ambivalente, de patitas abiertas, con una mudez de matices humanos.


Solo al salir de Cuba se comprende el daño causado por tanto silencio, por tanto ideologema, por tanta demagogia. Somos más de un millón de haches ya, que en seis décadas han elegido el camino del exilio, del extrañamiento, del éxodo, porque las propuestas de un régimen empeñado en construir un hombre nuevo que se mantuvo neonato, han perdido toda validez. Las consignas, diluidas están por mera repetición semántica.


¿Dónde termina patria o muerte y comienza patria y vida? ¿Es tan disímil la existencia silente de la existencia sonora?


El sino del exiliado es estar, pero no ser, verdaderamente.


¿Quién que es cubano, no es una hache?

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