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  • Amber Ferrara

El héroe

Como casi todas las revoluciones, la cubana comenzó a rehacer la historia a su manera, elevando a epopeyas hechos no tan notables y eliminando las zonas de oscuridad. Debía construir su capital simbólico, su narrativa heroica, siempre moralista y con líderes impolutos e infalibles cuyas acciones fueron blanqueadas en los nuevos libros de texto.


En esta construcción de la doctrina a través de ritos, himnos, cánticos y ceremonias grandilocuentes gira, como en los mitos griegos, entorno a los héroes. Este culto a los héroes, o a los mártires, llega a paroxismos cuasi religiosos, cuyas capas de blindaje caen con un peso asfixiante sobre el sentido común, la lógica y la duda razonable, transmutando la opinión en alabanza y la voluntad en servidumbre.


Azar
© Amber Ferrara

No hay nada nuevo bajo el sol, este fenómeno de hipnosis colectiva, es común en los totalitarismos donde muere el individuo y surge la masa, necesita de la propaganda política para sobrevivir, del panfleto, del discurso, del recuerdo en miles de fotos, afiches, carteles, documentales, películas, anécdotas fabulosas donde la memoria es reconfigurada según lo que dicte el poder y la versión oficial se reitera cuantas veces sea necesaria, hasta que se adopta como verdadera.


En los casos más turbios, la revolución necesita la entrega de los héroes, y, si ya no están disponibles, se fabrican, y si la historia está mal contada, se adorna como un sublime cuento de hadas, para sacar de la escena algún elemento incómodo.


La mejor manera de pasar de héroe a mártir es amenazando al poder absoluto, celoso de todo aquel que ose nublar la refulgente luz irradiada por el líder, que siempre ha tenido, tiene y tendrá la razón, aun en forma de coprolito.


Tribunas, gesticulaciones, golpes de pecho, flores, disfraces, desfiles, veladas y todo lo que le atañe a la solemnidad para la vida eterna de los héroes, que son más útiles y dóciles estando muertos. El culto a los héroes es el culto a la muerte en un altar azteca que no cesa de pedir sacrificios de sangre para una diosa abstracta y amorfa llamada revolución.


El héroe muerto no puede contar su historia, es un trofeo colgado en una pared, una victoria más de la unidad revolucionaria. El mártir está silenciado por la eternidad, solo puede esperar para su memoria el nombre de una escuela, un busto en un parque, o su rostro sonriente en un billete que no vale nada.

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