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  • Foto del escritorTeam Redacción

Todo por mil

📷 Anet García

✍ Elisa Arteaga

Hace unos días pasé a ver a mi sobrina, una niña hermosa, inquieta y amante de las chucherías, como casi todos los pequeños. La cargué y le di un beso, tenía una de esas sonrisas luminosas que arrancan promesas: «Cuando cobre, te voy a traer unas galleticas dulces», le dije mirándola. En ese instante mi hermana, que pelaba papas, me enfocó con los ojos encendidos de Revolución Francesa, Primavera de Praga y 11J, todo junto a la vez. Resulta que ella, esa misma mañana, se había sumergido en las redes en busca de ofertas de confituras, para variar la merienda de la niña, y le acababa de poner precio, mentalmente, a mi promesa. La indignación le brotaba por los poros.

La merienda, comida ligera consistente en un bocadillo y una bebida, que se suele consumir a media mañana y a veces también en la tarde, cada día que pasa presenta mayores desafíos para las madres cubanas. En tiempos de inflación descomunal y escasez de todo, incluidos los elementos básicos de la dieta como harina, huevo, leche, mantequilla y azúcar, confeccionar una merienda se convierte en un acto de magia, como sacar un conejo de un sombrero vacío.

El jugo resulta un problema por la paulatina desaparición de las frutas tropicales y el azúcar, así que el cubano de a pie echa mano de los refrescos en polvo y el sirope, y acude al yogur sólo cuando la abundancia lo permite o la necesidad lo dicta. Y como el pancito que dan en la escuela primaria deja tanto que desear, y el de la bodega no alcanza o no sirve, y no tenemos Nazareno que lo multiplique, hay que montar guardia familiar sobre el vendedor ambulante para adquirir una base más o menos digna para el típico bocadillo.

El pan a veces se alterna con galletas panaderas, y en ocasiones, para que el niño se sienta parte de la nobleza por un breve instante, con una confitura que puede consistir en sorbetos, galletas dulces o de soda.

Lamentablemente, los últimos aparecen en las elitistas tiendas MLC, casi con la misma frecuencia con que el cometa Halley, y a precios muy elevados, por lo que algunos padres recurren con pesar a los revendedores para adquirir la golosina devenida lujo.

Luego de una pequeña disertación sobre el problema de la merienda y el esfuerzo mental y económico que le supone, mi hermana, una profesora universitaria, suelta papa y cuchillo, se enjuaga las manos y me muestra una captura de pantalla en su teléfono… Una oferta de tres paquetes de galleticas, que vale la quinta parte de su salario: “Todo por mil”. Y me dice con mirada iracunda una frase que yo sé que trasciende el tema de la merienda, el salario y la crisis:

—¿Hasta cuándo vamos a tolerar esto los cubanos?


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