LA BARRICADA DE LA CULTURA
- Will Lukas
- 20 oct 2021
- 3 Min. de lectura

✍ Mario Ramírez 📷 Yunier Gutiérrez
Imaginemos dos escenarios distintos.
En el primero, un hombre a caballo, poeta y músico, devela a sus conciudadanos el himno de combate que sería el primer símbolo auténtico de la nación cubana. La letra es sublime y premonitoria, la melodía tan culta que no sólo emula a La Marsellesa, sino que glosa a Mozart. La guarnición de Bayamo ha sido conquistada a los españoles por el violinista Carlos Manuel de Céspedes, y a Pedro Figueredo le arrebatan de las manos el himno subversivo que ha estado, como la revolución, en las cabezas de los cultos bayameses durante más de un año. Más tarde se sublevará el bachiller en artes Ignacio Agramonte y llevará consigo a la soprano Amalia Simoni; el poeta Juan Clemente Zenea perderá la vida intentando salvar la dignidad de la patria y el escritor más completo de la lengua, José Martí, abrirá un nuevo y definitivo capítulo en las luchas por la independencia de la isla. La cultura ha guiado sabiamente al pueblo hacia la barricada.
Casi siglo y medio después, dos hombres, también a caballo, vestidos de gendarmes, interrogan a los atónitos visitantes de una galería de arte. Se ejecuta la performance “El susurro de Tatlin”, de una artista cubana a la que pocos conocen, de momento, en Cuba. Su nombre es Tania Bruguera y unos años más tarde se le ha ocurrido cambiar los policías por un micrófono y parlantes en la Plaza de la Revolución, en La Habana, para que todo el que lo desee se exprese en libertad. Desde luego, la artista, o, como pasará a definirse, artivista, será detenida por policías de verdad, por defender la verdad en un environment de miedo y represión no muy distinto del que enfrentaron los ilustres del XIX. La barricada volvía a perfilarse.
El Instituto de Artivismo Hannah Arendt (INSTAR) se inauguró en 2016 con una lectura colectiva del libro de Arendt “Los orígenes del totalitarismo”, pero ya entonces los orígenes del totalitarismo que nos tocó padecer eran conocidos y combatidos desde el ámbito de la cultura por decenas de escritores y artistas en la isla y el exilio. Quienes oyeron susurrar a Tania a comienzos del nuevo siglo no pudieron permanecer impertérritos ante lo que la performer proponía y evidenciaba como nadie: el arte es útil y el artista debe seguir una conducta frente a la sociedad. Un joven cuestionador de todo lo oficialmente establecido, Hamlet Lavastida, y un mulato al que las instituciones cerraron sus puertas con enojo, Luis Manuel Otero Alcántara, convirtieron el susurro en grito y la conducta en cívica de poderoso arraigo popular. A unas cuadras de INSTAR, la barricada fue por una vez real y se llamó San Isidro.
Cuando la barricada —recordemos que Delacroix llamó así originalmente a “La libertad guiando al pueblo”— alcanzó a los cientos de personas frente al Ministerio de Cultura, los ecos del XIX resurgían: los artistas parecían una vez más destinados a inmolar sus sueños en aras del despertar de la nación. “¿Qué hace un dramaturgo talentoso como Yunior García Aguilera preocupado por la democracia en Cuba?”, preguntó recientemente un programa de la televisión cubana destinado a desacreditar a los principales actores de la cultura independiente. El propio espacio había comparado la marcha que promueve Yunior con las acciones de la Revolución de Terciopelo que pusieron fin al régimen comunista en la Praga de 1989. ¿Qué hace Yunior, pues? Lo mismo que el dramaturgo checo Václav Havel, lo mismo, para regresar a la isla, que el autor de “Abdala”.
Pero la barricada del 11 de julio, lo saben los gendarmes del estado policial, no fue de terciopelo. Tampoco fue el constructo de unos pocos “agentes de cambio” en la conciencia de unos muchos “confundidos”. Eso sí, fue defendida y condenada su represión por la gran mayoría de los maestros de la cultura nacional. Algunos, como el recién fallecido Adalberto Álvarez, coronaron sus vidas con esa joya de la tutela amorosa del pueblo.
Imaginemos un escenario ideal: Tania Bruguera ha declarado sin lugar “El susurro de Tatlin”, pues los policías han tomado el micrófono en la Plaza para anunciar que se unen a la barricada. En los parlantes se escucha el Himno de Bayamo.
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