top of page

Decir la belleza en Cuba

  • Foto del escritor: Will Lukas
    Will Lukas
  • 28 abr 2023
  • 4 Min. de lectura

✍️ Austin Llerandi

Quizás el verso más cierto de toda la literatura cubana, por su carácter premonitorio, sea aquel que dicta “Huracán, huracán venir te siento…”, escrito por José María Heredia en el lejano año de 1835. Lo que asombra es su imán, la negativa a desaparecer de ese verso, detenido sobre la Isla, que siempre parece estar al borde de algo grande, enorme, potente. Al borde de la tempestad, como vaticinara Heredia.

Hoy 27 de abril se cumplen 52 años de aquella reunión donde el poeta y escritor Heberto Padilla, ante sus amigos y compañeros de trabajo, cometió el mayor suicidio civil y profesional del que se tenga registro en la Cuba posterior a 1959. Y hace solo cuatro días fue premiado el documental El caso Padilla, del realizador Pavel Giroud, que trata sobre aquellos acontecimientos.

Muchos hemos sido testigos de la desclasificación que ha recibido dicho audiovisual que, inclusive, ha dividido a la intelectualidad cubana, y diversas posturas -desde la defensa incondicional hasta la mayor de las diatribas contra Padilla- han campeado por las redes sociales. Y eso no debe sorprendernos, porque cada día más las redes sociales, sin pretender hacer un análisis sociológico de ellas, son menos redes y más cavernas, donde se ataca al que no comulgue con los credos del clan que las ocupe.

El objetivo de este artículo no es analizar lo dicho o lo -convenientemente- omitido por Giroud en su documental, o analizar tampoco la figura de Heberto Padilla, algo que me impide el respeto hacia la obra que lo llevó a esta situación de escarnio por parte del sistema político de Cuba: el poemario Fuera del Juego, Premio UNEAC de Poesía en 1968; no. Yo quisiera, de ser posible, hacer coincidir, como dos trozos de pedernal, dos ideas: la idea de la belleza y la idea de la verdad. Y esto, en aras de encender una chispa sobre otra cuestión, la cuestión de la nacionalidad.

Brevemente, la belleza es aquella propiedad que posee un objeto, situación, proceso, persona o estado de ser bello. Es en extremo subjetiva, lo que indica que algo que es bello para mí no tiene por qué ser bello para Usted, y viceversa. Y brevemente, sin pretender hacer filosofía, la verdad es única, objetiva y unívoca. Llegados aquí, surgen dos preguntas: ¿debe ser bella la verdad? ¿Debe ser verdadera la belleza?

La primera respuesta es fácil: no siempre la verdad es bella. Y no tiene por qué serlo. El exilio, la diáspora y el insilio, como distintas consecuencias de la represión, no poseen belleza alguna. Como no la poseen la censura, el totalitarismo ni el extremismo, en ninguna de las manifestaciones que hemos presenciado, tristemente, todo estos años -solo mencionar al Quinquenio Gris-. Y son verdad, pertenecen a la realidad. La verdad no tiene por qué ser bella porque es objetiva en su base, y no obedece a un criterio estético.

La segunda respuesta es un poco más complicada, dado que implica un presupuesto ético. Pero sí, sin dar rodeos, la belleza debe ser verdadera. Debe ser verdadera porque la capacidad de enunciar la verdad debe ser libre, y la libertad es siempre bella. Debe ser verdadera porque en la verdad es la realización plena del ejercicio de opinión, siempre que esté sustentado en la razón. Por lo tanto, ser capaz de elegir la verdad libremente es, estemos de acuerdo o no, un ejercicio de belleza. Decir la belleza en Cuba, entendida la belleza como ejercicio práctico de la verdad, es difícil.

Queda demostrado con el caso de Heberto Padilla, que se vio obligado a renunciar a su verdad, a la verdad que plasmó en su obra. Todo escritor sabe que esa, quizás, es la traición más dura, la brizna más afilada: renegar de lo que haya escrito alguna vez. Queda demostrado también con el caso de Lezama Lima, que se refería a la literatura cubana como “una suma de poquedades” y prefirió parapetarse de toda la insania en Trocadero #162, y allí lo fue a buscar la muerte. El miedo pudo con Piñera, y esa es una verdad horrorosa, alejada lo más posible de la belleza. Es terrible la imagen de Virgilio, el dramaturgo más grande que haya nacido en este país, acuclillado en aquel abril de 1971, en la sala Villena de la UNEAC, para evitar que Padilla lo inculpase de algo.

Y en esta época, donde los hechos han quedado tapados por una pátina de resentimiento, ya sea institucional o personal, en algunos casos entendibles, decir la belleza es aún más difícil. Porque para la realización del documental de Giroud no fueron consultadas ninguna de las personas que estaba presentes en aquella sala, la noche del juicio, -sin ir muy lejos, aún viven Belkis Cuza Malé, la viuda de Padilla, y Norberto Fuentes, de quien el propio Fidel dijera “este sí es poeta”-. Y esa falta de asesoramiento huele a prisa, a deseos de explosividad, miedo ante una posible filtración completa del material, previa a su montaje. En fin, ese material se pudo haber aprovechado, mucho más. Para decir la verdad, que no es siempre bella, pero es la verdad.

Cuando ese viejo Bardo que es Heberto Padilla preguntó “(…) de nosotros ¿qué quedará, atravesados como estamos por una historia en marcha, sintiendo más devoradoramente día tras día que el acto de escribir y el de vivir se nos confunden?”, también los suyos fueron versos proféticos, enormes, potentes. También él estaba al borde de un huracán, como nosotros ahora, y siempre, y nos dejó la tarea, la dura pero luminosa tarea de, aun sintiendo venir al huracán, decir la belleza en Cuba.


Comentarios


bottom of page