CULTURA CONTRACULTURA
- Will Lukas
- 20 oct 2020
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✍🏻Mario Ramírez 📷 Lugar donde se cantó el himno el 20 de octubre de 1868 (Henry Constantin, archivo)
“La cultura en buenas manos”, reza un spot televisivo que sale al aire desde hace poco más de un año, cuando ministro y viceministro de Cultura en Cuba se vieron enrolados en una gira inaudita, con la necesidad de argumentar la ilógica de un grupo de decretos que pretendían —pretenden— burocratizar nada más y nada menos que ese concepto escurridizo para la teoría, y que casi por consenso denominamos… cultura.
Se referían, desde luego, a la “alta cultura”, la que comprende a las bellas artes y las humanidades, pero a los gendarmes de este Ministerio de cuestionable existencia, se les ocurrió echar manos a la ambigüedad característica del término para hacer el acostumbrado juego de fondo al régimen de la isla, de naturaleza cada vez más ambigua.
Hoy, sin embargo, los cubanos celebramos el Día de la Cultura Nacional, instituido así desde 1980 a través de un decreto, el No. 74, dizque por sugerencia de Armando Hart Dávalos, quien fuera el primer ministro de esa secretaría creada en la Constitución de 1976. Pero en ninguno de estos estatutos es posible encontrar las regulaciones leguleyas de sus herederos a casi treinta años, tal vez porque en la época no hacía falta legislar una práctica que no era cuestionada por la sociedad, ni siquiera por la comunidad artística, de determinar y decidir sobre qué es y cómo debe ser la cultura, y hasta qué punto los creadores podrían interferir en cuestiones sociales, cívicas o políticas; verbigracia, el caso Padilla. Era, simplemente, la continuidad del espíritu del discurso fascista de Fidel Castro (“Palabras a los intelectuales”) por las vías estatales más llanas, para un pueblo que tenía desde hace décadas allanado el espíritu.
La efeméride que dio paso a la celebración es conocida por todos: el 20 de octubre de 1868 Perucho Figueredo y un grupo de insurrectos entonaron las notas de un himno de combate, frente a las expectantes tropas españolas. Diez días atrás el Oriente se había sublevado y el gesto constituía una provocación de marca mayúscula: la cultura cubana nacía, pues, en el ánimo de lucha y protesta cívica y política, y así aparece en el acta que instaura esta fecha conmemorativa.
Cien años después un teórico norteamericano plantea un concepto nuevo, el de “contracultura”, para significar aquellos valores, tendencias y formas sociales opuestos a los establecidos en una sociedad. Era la época de los grandes movimientos de protesta en los que militaron escritores, músicos y artistas de toda índole con el objetivo, no ya de reformar los cánones sociales y culturales, sino las plataformas mismas de sus gobiernos. Y en muchos casos lo lograron; la tradición democrática francesa se consolidó así.
Bien visto, el himno del patriota bayamés —inspirado en La Marsellesa— y el performance que protagonizó aquel memorable día, ¿no provienen de esa fuente de la contracultura que terminó permeando a las sociedades del siglo XX? En mi opinión, sí; y este fenómeno viene a confirmar la tesis contemporánea según la cual toda cultura, si lo es, tiene que haber nacido a la par de una contracultura que le es complementaria. ¿Cómo regular, pues, lo que de por sí es opuesto a la regulación? ¿Los burócratas actuales o del futuro crearán un Ministerio de la Contracultura para frenar el artivismo de Perucho Figueredo, Tania Bruguera o Luis Manuel Otero Alcántara? Permítanme decirles que en la Unión Soviética —donde, como aquí, existía una inquisidora Seguridad del Estado con un departamento para “atender” a la cultura—, no se negó nunca aquella máxima defendida por sus estructuralistas de que la contracultura es la cultura. Podría tratarse de un conveniente slogan en estilo realismo socialista, pero una especie de sabiduría totalitaria les permitía intuir qué cosas era mejor no tocar.
Ahora, con los teatros vacíos y las salas de exposiciones desiertas por la pandemia del coronavirus, de nada sirven las “buenas manos” de la cultura oficialista. La contracultura, en cambio, independiente per se, se las ha ingeniado para continuar llevando el arte libre al pueblo, sin compromisos ni propagandas vinculantes, y sin medrar en la emisión de propuestas como las de Rialta Magazine o las del Instituto de Artivismo Hannah Arendt. ¿Alguien, digamos, de quienes protagonizan el spot televisivo, puede emular a los realizadores de estos maravillosos proyectos? Qué es cultura y qué contracultura, o cuáles son las buenas manos en el proyecto cultural de la nación, es algo sobre lo que ningún estado puede dictaminar. Pero el pueblo, siempre más sabio, puede escoger a quién o qué seguir, como aquel 20 de octubre en Bayamo.
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