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Donde todo comenzó

  • Elisa Arteaga
  • 1 nov 2023
  • 2 Min. de lectura

En octubre se cumplieron 249 años de que abriera sus puertas el Real y Conciliar Colegio-Seminario San Carlos y San Ambrosio. En ese edificio, enclavado en La Habana Vieja, justo detrás de La Catedral (en San Ignacio No. 5 entre Empedrado y Chacón), se empezó a pensar en Cuba, ya reformada, ya independiente, pero sin dudas en una Cuba distinta.


El Seminario San Carlos llegó a ser la institución eclesial de mayor impacto intelectual e incidencia en la sociedad habanera y en la historia nacional. De allí partieron las primeras críticas que se hicieron a la educación superior en la isla y surgieron ideas renovadoras, enfrentadas a la enseñanza dogmática de la Universidad de La Habana (UH). En cierto punto, los profesores hasta elaboraban sus propios textos en vez de acudir al libro obligatorio.



Seminario San Carlos y San Ambrosio, vista frontal
Seminario San Carlos y San Ambrosio, vista frontal © Anet García

Allí no sólo se renovó la enseñanza con clases experimentales, el uso del castellano en la docencia y el estudio serio de filósofos como Descartes y Bacon, sino que se formaron hombres de la talla de Agustín Caballero, Félix Varela, Saco, José de la Luz y Caballero, Felipe Poey y otros muchos que, de algún modo, dejaron su huella en la primera mitad del siglo XIX cubano, y más acá.


Fue en este sitio donde todo comenzó y no precisamente en la UH, y a pesar del terreno ganado a la ignorancia en estos siglos, se impone constantemente una reflexión sobre la función de la universidad en la sociedad cubana.


Mientras que la educación primaria y secundaria tiende a ser meramente reproductiva, se supone que durante el bachillerato y los cinco años de pregrado se estimule al estudiante a tener pensamiento crítico, a crear, a investigar, a opinar, en vez de repetir los puntos de vista de profesores y autores.


La universidad tiene una doble función: educativa e investigativa, y la primera no se limita sólo al marco académico. Este tipo de institución debe formar profesionales útiles a la sociedad, que pongan su talento y conocimientos en proyectos cuya finalidad sea la creación y preservación de la riqueza económica, intelectual y artística, profesionales que contribuyan al desarrollo social e incluso que sean capaces de cuestionar el sistema en más de un sentido, como se llegó a hacer hace mucho tiempo en el Seminario San Carlos.

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