¿ TRUCO DE MALOS CUBANOS ?
- Will Lukas
- 29 jun 2021
- 3 Min. de lectura

✍️ Pedro Armando Junco 📷 Henry Constantin Dentro de las tantas medidas que ha tomado el cubano de a pie para sobrevivir, la más pródiga de todas le ha resultado la estafa a sus semejantes –basada en la antipatía de rebaño– que a la vez se ramifica en fórmulas novedosas de sello individual, muchas veces con nombre y apellido propios. No es, como muchos aseguran, una cualidad idiosincrática resultado de la mezcla de algunas de nuestras raíces étnicas, no lo creo. Otros países del mundo han sido también receptores de diversos tipos de emigrantes, y estos se acoplan a las leyes de su nueva patria, se dedican a trabajos honrados y no se corrompen. Así sucedía en Cuba antes de 1959. El secreto de este derrumbe moral del cubano isleño radica en el ejemplo de sus gobernantes con los escamoteos de la verdad; en los métodos y leyes que implantan a capricho y conveniencia de intereses propios. La revolución de 1959 llevó a cabo un vuelco de principios éticos, hasta entonces casi sagrados –por ejemplo, la propiedad privada–, con el mismo odio con que un obrero agrícola arranca de raíz las malas yerbas que infectan su labranza. ¡Fuera los libros de Moral y Cívica que nos enseñaban que “los enemigos de la democracia son el comunismo y el fascismo”! ¡Fuera la creencia en la existencia de un Dios! ¡Fuera todo aquel que no pensara como el líder revolucionario! Si a esto agregamos los métodos estalinistas copiados al carbón de la URSS: cárceles, fusilamientos, campos de concentración –eufemísticamente llamados UMAP, a donde iban a parar los creyentes, los opositores menos peligrosos y los homosexuales–, el adoctrinamiento educativo sistemático desde la escuela primaria hasta la universidad y el monopolio absoluto de los medios de información, solo quedó a la mayoría de los cubanos escapar de Cuba a riesgo, incluso, de su vida, o aprender a vivir en la doble moral y el disimulo, al margen de la empatía humana, en un “sálvese el que pueda” sin precedentes en nuestra historia. Escribo este preámbulo porque hace pocos días acudí a un Servi para comprar gasolina y descubrí otra novedad en la brillante iniciativa de los estafadores. Les cuento: Desde antes de la desaparición del CUC, el litro de gasolina que más barato se expende cuesta veinte pesos. Los hay de veinticinco y aún más, según la calidad del combustible. En el Servi al que fui, cercano al hospital Oncológico, existe una caseta aledaña a las bombas, en la que por una ventanilla se solicitaba cantidad y calidad del producto, se pagaba, y el empleado te indicaba a qué número de aparato tenías que ir para autoservirte. Pero ahora, primero hay que entrar a la tienda y comprar un tique con determinado valor en efectivo, sin importar el tipo de combustible, para luego dirigirte a la caseta donde otro operario recibe el tiquecito y determina la manguera por la que se puede extraer la gasolina. Por casualidad yo llevaba dos porrones de cinco litros cada uno, pues me resulta más cómodo mezclar en casa la gasolina con el aceite que usa mi motocicleta de dos tiempos. El primer escollo lo tuve porque no existen tiques de doscientos pesos, que era el que yo necesitaba comprar; hasta me discutió la empleada de la caja, empeñada en venderme uno de doscientos cincuenta. Por fin logré convencerla, no solo de que yo no podía llevarme dos litros de gasolina en los bolsillos y de que un tique de setenta y cinco pesos y otro de ciento veinticinco, que sí existían, completaban, con uno de cien, los doscientos pesos de gasolina que necesitaba. Ya en la casetica expedidora, luego de algunos pases malabaristas, la joven dependienta me orientó dos máquinas diferentes porque según parece, cada tique se despacha por una manguera distinta. Destapé mis porrones y en el primer despacho logré llenar uno de ellos; pero en el segundo aparato me faltaron dos litros, que llevado a dinero representaban cuarenta pesos. Por fortuna los despachos quedan en la pizarra junto a la manguera y pude reclamarlos frente a un grupo de otros motoristas que tuvieron la solidaridad de resistir al sol la solución de mi reclamo. Después de un largo cuarto de hora, de otros pases mágicos dentro de la caseta junto al administrador de la tienda que tuvo que venir a dar la cara, indicaron me sirviera los dos litros escamoteados en la misma bomba que me los había negado. Pero antes de irme escuché decir a otro de los usuarios presentes, de esos que echan el combustible directo al tanque confiando en la honrada exactitud mecánica del aparato expedidor: –¡Por eso a mí me faltó gasolina ayer cuando la medí al llegar a casa!
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