REFUGIOS CONTRA EL FUTURO
- Will Lukas
- 2 abr 2020
- 2 Min. de lectura

Texto y foto: Lien Estrada
En toda la isla se encuentran esas construcciones que se conocen con el nombre de refugios. Nos llevaron ahí a que, “pioneros por el socialismo”, conociéramos lo que eran, para que en caso necesario corriéramos allí, y así poder resistir la invasión del «imperialismo siempre al acecho». Aquellos eternos “domingos rojos de la defensa”. Entonces uno miraba esos refugios como posibles casas en tiempos indeterminados, hasta el instante de vencer al «cruel invasor que quería apoderarse del país, y de nuestras vidas, sometiéndonos y mutilando nuestra libertad, independencia, derecho, conquistas…»
Descubríamos aquellos túneles largos, oscuros, húmedos, hediondos… Algunas opiniones desde entonces era que eso no servía para nada frente a las potentes bombas y armamentos del enemigo. Otros eran más “optimistas” o imaginativos al respecto. Sí servían, y mucho: amparados en aquel concreto soviético, y con el ejemplo de los hermanos vietnamitas, en esos pasadizos podíamos no solo resistir, sino además vencer.
A tal zona le correspondía un refugio, a otra zona le correspondía otro. Porque podían ser grandes, pero éramos muchos; no se sabe cuántas mujeres, niños, enfermos, ancianos, tendrían que albergarse en estos lugares. Y aún son visibles en la actualidad, incluso existen casas que se construyeron en elevaciones cerca de estos. Tengo un amigo en cuya casa se divisa una especie de pozo sellado, y en una ocasión, al preguntarle por tal montículo, me aclaró: “no es un pozo, es un refugio que terminaron en este patio particular”.
Al cabo de tantos años una los vuelve a mirar cada vez que caminamos por los mismos lugares, ahora con opiniones distintas de cuando éramos pioneritos y los visitábamos acompañados por los milicianos. No nos importa ya si sirven o no para hacer frente al «imperialismo». Nos preocupa, eso sí, qué pudiera protegernos de ese tirano que no llegó del otro lado del mar, y que para nuestra desgracia es de aquí mismo. Ese invasor que es un engendro nuestro y de nuestra necesidad de refugiarnos en la ilusión y la pasividad.
No es tiempo de correr para escondernos, ni esconder nuestros pensamientos, nuestro sentir. Otras y otros lo han hecho ya, y no han tenido resultados satisfactorios. Son tiempos que demandan otras reacciones, y no deben tener las respuestas los escondites, que no sirvieron ni sirven de nada. Son tiempos de dejar de temer, y construir otra historia de nuevo.
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