EL FLAUTISTA DE HAMELIN
- Will Lukas
- 17 abr 2021
- 3 Min. de lectura

✍️ Pedro Armando Junco 📷 Archivo de La Hora de Cuba
Un amigo “revolucionario” echaba pestes sobre el “bloqueo” y despotricaba sobre lo justa que resultó la expropiación de compañías extranjeras en los primeros años de la revolución:
“¡Nos robaban! Se llevaban nuestra azúcar, barata, y luego nos vendían sus caramelos caros. Nos pagaban con caramelos, fabricados con nuestra azúcar– me recalcó casi furibundo”.
Esperé a que se rebajara su furia y le dije: «Mira, Carlos: supongamos que aquí, de este lado, están las fértiles tierras cubanas a comienzos de la “seudorrepública”; y de este otro lado está el campesino cubano pobre, muy pobre, necesitado de alimentar a su familia y ansioso por mejorar el porvenir de sus hijos. Cuba apenas cuenta con un millón de habitantes en la primera década del siglo XX.»
«Es cuando los grandes capitales extranjeros, sobre todo norteamericanos, descubren la oportunidad de “hacer dinero”. Fíjate bien, Carlos, que no les estoy dando categoría de altruistas ni de filántropos a esos ricos empresarios; por el contrario, puedes catalogarlos ambiciosos si lo deseas. Emprenden en Cuba. Traen equipos, construyen centrales azucareras, ofrecen puestos de trabajo que pagan con dólares y ponen en mercado cuanto artículo pueda imaginar tu cabecita ardiente; tras ellos, escapados de sus países miserables e incitados ante el proyecto de desarrollo que comienza en Cuba, llega esa avalancha de migrantes chinos, haitianos, árabes y hasta españoles, convirtiendo a nuestro país en uno de los más bellos caleidoscopios multiétnicos del mundo.»
«Para encadenar una abundante producción de azúcar, esas compañías extranjeras tuvieron que mejorar el ferrocarril, la electricidad, el teléfono y cuanto invento nuevo apareciera en el mundo desarrollado en aquella época, porque en nuestro lugar paradisíaco lo que más abundaban eran cultivos quemados y un millón de seres humanos, la mayoría empobrecidos y acabados de salir de una guerra dura.»
«En solo décadas y a pesar de gobiernos corruptos, se abrieron escuelas públicas para los más pobres y privadas para los que alcanzaron mayor empoderamiento, siempre distinguiendo igualdad de igualitarismo. Muchos descendientes de aquel originario millón de cubanos de principio de siglo levantaron negocios privados; y los hijos de inmigrantes, cruzadas su sangre con la autóctona, tampoco se quedaron atrás en progreso y oportunidades y muchos se enriquecieron por su austeridad y sacrificio laboral.»
«Pero es cierto cuando dices, Carlos, que en las tiendas, bodegas, supermercados modernos y hasta en los más pequeños “timbiriches” se vendían caramelos fabricados en Norteamérica con nuestra azúcar criolla. El error quizás estuvo en no instalar también esas fábricas de caramelos acá dentro de Cuba como se hizo con las demás industrias productivas, generadoras de grandes fuentes de trabajo. O quizás fue que tu «revolución» no le dio tiempo a nuevos empresarios para fomentarlas.»
«Lo cierto ha sido, amigo Carlos, que de este lado están hoy las fértiles tierras cubanas, no cubiertas de bosques precolombinos y cultivos como a comienzos de la “seudorrepública”, sino perdidas en un inmenso y tupido bosque de marabú improductivo; y de este otro lado se halla, no solo el campesino cubano, sino todo un pueblo pobre, muy pobre todavía, necesitado de alimentar a su familia y ansioso de mejorar el porvenir de sus hijos. Ah, y sin un caramelo americano que llevarse a la boca.»
«¿Has oído hablar de El flautista de Hamelin? Es la leyenda de un flautista que primero limpia al poblado de ratones con la música de su instrumento y, cuando los representantes del poblado se niegan a pagar los honorarios de su servicio, se lleva a los niños también tras el sonido de su flauta. Fue una venganza cruel, pero un desquite justificado. Solo tres niños no pudieron irse tras el flautista, y quedan para contar la historia: uno cojo, uno sordo y otro ciego.»
«Hamelin es Cuba. El flautista, Estados Unidos. La música de la flauta es la Ley de Ajuste Cubano. El niño cojo son los cubanos que no pueden marcharse de su tierra. El niño sordo son aquellos que aún tienen miedo o viven ocupados en buscar la manera del diario sobrevivir. El niño ciego eres tú, mi querido amigo, que te engañas, alimentándote de las falsas promesas de prosperidad que desde hace sesenta y dos años te han dado a tragar.»
«¡Claro que nos han robado, Carlos! Nos han robado la mayor riqueza de la patria en justa venganza: nos han robado –y continúan robándonos– la nación cubana.»
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