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CON DESTINO A DONDE SEA

  • Foto del escritor: Will Lukas
    Will Lukas
  • 21 nov 2021
  • 2 Min. de lectura

✍ Freyser Martínez 📷 Prensa Latina

Hace dos años conocí en el Aeropuerto Internacional Sheremétievo, de Moscú, a una pareja de jóvenes de Sancti Spíritus. Pura casualidad, pues en un lugar tan grande, donde todo el mundo es rubio, alto y de ojos azules, ver a un latino, escucharle hablar, es una emoción que calienta el cuerpo en medio del frío atroz.

Al iniciar nuestro intercambio en un clima de cero grados, supe que habíamos compartido el mismo vuelo desde La Habana. Para mi sorpresa, ellos de igual manera proseguirían con rumbo a Belgrado, Serbia. Pasamos diez horas esperando la conexión de nuestro vuelo, tiempo suficiente para, entre cubanos, iniciar una amistad.

Entonces me contaron que iban a usar a Serbia como puente para cruzar hasta España, y de allí, con suerte, a Estados Unidos. Fue la primera vez que oí hablar de la hoy tan famosa ruta migratoria de los cubanos en Europa, menos arriesgada, es cierto, que la de Centroamérica, pero no exenta de peligros y en ocasiones más costosa.

Pasar tanto tiempo dentro de esa terminal, con un único paisaje gris y aviones detenidos y otros despegando que eran devorados por la niebla en segundos, fue agotador. Entonces, con la experiencia de ellos —que habían viajado muchas veces a Rusia para comprar ropas y revender en Cuba— y mi personal inglés, pudimos convencer a la oficial de Inmigración para que nos visara el pasaporte, y así poder salir a la calle.

Fuera de la terminal el frío comenzó poco a poco a calar y sorpresivamente allí en la zona de los taxis nos encontramos a otros tres cubanos. Se conocían entre ellos, viajeros a los que popularmente llamamos «mulas», por los pesados cargamentos que transportan desde varios países hacia Cuba, con el objetivo de revenderlos.

Una hora y media estirando las piernas fuera, disfrutando de aquella frialdad seca y el pequeño panorama aeroportuario, los taxis, las personas que salen y entran, las vallas que anuncian productos y el internet gratis que sin necesidad de dejar tus datos personales te permiten conectarte todo el tiempo que estés en espera.

Pasadas nuestras diez horas nos separamos en las fauces de aquel pájaro metálico y dos horas y media después nos dijimos adiós, la pareja de espirituanos y yo, en Belgrado.

Viendo las noticas de cubanos que ahora en mayor número usan esa misma ruta para escapar de lo que en aquella mañana en Rusia la pareja llamó «infierno tropical», me pregunto por el paradero de esos y otros tantos compatriotas, que se enrumban en una aventura ardua contra el clima, el idioma y las mafias que operan en la región.

He sabido, además, que la ruta no sólo incluye a Serbia, sino a Macedonia, a Grecia, a Italia, a España, y a cuanto destino le sirva al cubano para trepar la escalera de su sueño americano, que ya no es sólo americano, sino que se dispersa como el sueño cuando abrimos los ojos en la cruenta realidad.

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