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La jutía conga: de la caza furtiva a la mesa apretada

  • Foto del escritor: Will Lukas
    Will Lukas
  • 29 mar 2023
  • 3 Min. de lectura

📷 Inalkis Rodríguez

✍️ Mario Ramírez

En la lista de animales en peligro de extinción víctimas de la crisis alimentaria cubana, le llegó el turno a la jutía. No es de ahora, desde luego, la caza indiscriminada de este ser vivo tan peculiar y característico de la isla, pero en los últimos meses se ha popularizado su venta ilegal en grupos de Revolico, redes sociales y espacios comerciales alternativos.

Por un valor de mil pesos cubanos, se puede adquirir un ejemplar de entre tres y cuatro libras de jutía conga (Capromys pilorides), y hasta se fomenta, de paso, la venta de animales y accesorios para dar caza furtiva de dicho mamífero.

Aquí alguien podría objetar que, en abril de 2019, el propio régimen promovió el consumo de la carne de jutía, en una de las diatribas televisadas del nonagenario Guillermo García Frías en la Mesa Redonda. En aquella oportunidad el comandante castrista propuso además la ingesta de cocodrilos y avestruces.

Lo cierto es que, mientras muchos la cazan y la consumen, todavía no existe un programa adecuado en el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) para «incrementar el personal técnico dedicado a la evaluación del estado de la población silvestre, así como la influencia humana en su protección», como señala el artículo del oficialista Juventud Rebelde en julio de 2018, «S.O.S por la jutía».

«En Camagüey ya es normal encontrarlas ‘por la izquierda'», confiesa, bajo anonimato, un vendedor ambulante en las cercanías del parque de San Ramón. Mientras que en zonas rurales, como la subregión Sagua-Baracoa, aparte de ser consumida su carne, la grasa de la jutía se emplea en la cura de la otitis, la sordera y el asma bronquial, y los intestinos se utilizan como cuerdas para instrumentos musicales rústicos cuando han sido secados.

Para el doctor en Ciencias Biológicas Vicente Berovides Álvarez, profesor de mérito de la Universidad de La Habana, la solución sería declarar a la jutía conga como mamífero nacional cubano y penalizar con severidad todo acto en su detrimento.

De acuerdo a varias fuentes consultadas por este medio, las multas por cazar jutías congas suelen ser de 1500 pesos, aplicadas por guardabosques en las zonas donde felizmente los haya y se decidan a cumplir su trabajo honestamente. En la ley, la prohibición se encuentra recogida en la Resolución 160 de 2011, del CITMA, donde se habla de la jutía conga como una de las especies “de especial significación para la diversidad biológica en el país”; aquellas cuya “caza, captura, colecta, reproducción, cría, tala, transporte, comercio”… queda sujeta al control “mediante la previa obtención de una licencia ambiental”.

Según el libro Mamíferos de Cuba (Gente Nueva, 2005), de Luis S. Varona, «la conga es la mayor y más popular de las diez especies vivientes de jutías conocidas en el archipiélago cubano. Presenta un aspecto robusto, rechoncho, la cola más corta y desnuda que las demás y coloración del pelo variable, desde los tonos blancos o amarillentos, pasando por los pardos, hasta los casi negros». La carabalí y la andaraz son las otras dos especies que le siguen a la conga en popularidad.

«Sabe a pollo», dice uno. «Qué va, más rica», dice otro de los «jutieros» consultados en el citado parque agramontino. Según ellos, «cuatro libras es una jutía chiquita», «un ratón casi». Las han «pescado» de hasta veinte libras, exageran.

En Camagüey las buscan entre las cuevas, mogotes y árboles ahuecados de la Sierra del Chorrillo, en Najasa. ¿Qué se necesita para cazar una jutía? Pues no mucho: una linterna, un peso para romper el escondrijo, una vara con gancho para extraer al animal y si quieres andar rápido y seguro, un perro perdiguero o de montería.

Así, los ejemplares cazados en el monte se venden ahora en el mercado más frecuentado por los cubanos en la isla: Revolico, donde la impunidad permite que los vendedores se campeen a sus anchas y hasta no oculten su identidad en el afán de lucrar con una especie amenazada y a costa de la crisis alimentaria que nos afecta a todos.


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