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LA INMUNODEPRESIÓN DEL SISTEMA

  • Foto del escritor: Will Lukas
    Will Lukas
  • 20 abr 2022
  • 3 Min. de lectura

✍️y 📷 Mario Ramírez

«¡Se acabó!», «¡Sólo quedan cuatro bulbos!», «¡La próxima semana no habrá»!, son algunas de las frases que he escuchado en la búsqueda, no del grial o de la panacea, sino de un producto que hace unos meses apenas había escuchado y que ahora, a juzgar por la inconformidad de las colas en farmacias los jueves (único día de abastecimiento y distribución de medicinas en Cuba), parece ser de los más demandados en un país que continúa bajo el azote del coronavirus: el factor de transferencia.

Para no extenuar a nadie con la erudita explicación que recibí de mi inmunóloga, les diré que, tras la covid contraída hace ocho meses, dos dengues en un lapso de seis meses y una docena de infecciones y gripes, mi organismo quedó tan inmunodeprimido como la economía de un sistema que no consigue siquiera garantizar el suministro farmacológico de producción nacional a sus ciudadanos. Pero mi caso no es el único, en mi búsqueda del añorado y difícil factor de transferencia, pude constatar que, al menos en Camagüey, son cientos, quizás miles, los que están necesitados de este tratamiento, que para colmo de males también demanda un fuerte añadido de vitaminas cuyo rastro se pierde en la maleza de las carencias cubanas.

Lo que sí es única es la cuota que llega cada jueves a las farmacias camagüeyanas, pues en promedio no entran más que ocho bulbos del medicamento, y esto sólo en las principales farmacias de la ciudad (la del hospital Provincial, la del Pediátrico, la de Avellaneda y la de la Caridad). Si tenemos en cuenta que ocho bulbos es la cantidad recetada a un paciente mayor de edad inmunodeprimido, esto significa que, con suerte, cuatro personas a la semana logran obtener el que es la cuarta parte de un tratamiento de dos meses, vital si se quiere hacer frente a las infecciones que abundan por estos tiempos.

En la foto que muestro, sólo un medicamento, el sulfato de cinc, se encuentra con cierta holgura en las farmacias de mi ciudad; el resto: el preciado factor, la vitamina C y el ácido fólico, como indican sus envases, los adquirí gracias a la solidaridad de mis hermanos en el exilio, luego de que varios profesionales de la salud me recomendaran «no perder más tiempo» intentando lo imposible. Estas cuatro medicinas constituyen lo que miles de cubanos, como yo, necesitamos para afrontar las secuelas de un virus que no cree en edades ni fuerzas.

En mi caso, los análisis arrojaron una pérdida considerable de fagocitos, glóbulos blancos encargados de combatir y destruir las infecciones, sin los cuales el organismo se comporta de una manera irregular y es blanco fácil de la más mínima enfermedad contagiosa. Para regenerarlos, se receta el compuesto vitamínico; para ayudarlos en la detección de virus, bacterias, hongos y parásitos, el factor de transferencia es clave y una solución aparentemente económica, si se piensa que es un producto biológico resultado de romper y filtrar leucocitos de donadores sanos. Es decir, su obtención depende de la transferencia de la inmunidad celular de donadores que ya cuentan con esta respuesta inmunológica hacia personas que no tengan la respuesta inmune.

En Cuba, que ya arriba a más de un millón 100 mil 300 muestras positivas de covid, el factor de transferencia se usa incluso en casos de menores con factores de riesgo, si bien no es tan popular como el Oseltamivir y el Prevengho-Vir. No obstante, y dada la obtención por donaciones, nada justifica la carencia de este producto tan necesario o el que ni siquiera exista en tabletas (como finalmente lo encontré en Amazon), y tenga que suministrarse por la vía de las inyecciones, en un país donde hay que ir con jeringuillas de uno al hospital de todos, que en verdad es de nadie.

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