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HEIDEGGER… MADURO, ORTEGA, DÍAZ-CANEL

  • Foto del escritor: Will Lukas
    Will Lukas
  • 7 nov 2021
  • 4 Min. de lectura

✅ Maduro enfrenta acusación de la Corte Penal Internacional por crímenes de lesa humanidad

✅ Ortega pretende perpetuarse en elecciones amañadas en Nicaragua

✅ Díaz-Canel ante la disyuntiva del 15N

✍ Mario Ramírez

Si, como pensaba el filósofo alemán, pronazi y precursor del existencialismo, Martin Heidegger, somos seres “para la muerte”, esto es, estamos arrojados en el tiempo con no otro sentido que el de morir, ¿qué significado puede tener la palabra “libertad” para tal limitación de la existencia? ¡Por el contrario!, dice, casi grita el heideggeriano, en este non plus ultra reside la verdadera libertad del individuo, capaz de convertir al novelista Joseph Goebbels en propagandista del terror y al pintor Adolf Hitler en creador del Holocausto. La ley del Führer, nacida de esa aberración, nos regaló el totalitarismo en cualquiera de sus variantes, y, lo que es peor, comprendida su beocia y su malignidad en Europa, la seguimos padeciendo en nuestro joven y atrasado continente.

Que al exguagüero Nicolás Maduro le arrojaran un mango con un nombre y una invitación nada cortés durante una protesta en Caracas hace unos años, habría causado las carcajadas de Hitler. Pero ojo, no subvaloremos al dictador de la nación venezolana, una tierra que pudiera atendiendo a sus recursos ser potencia mundial, y en cambio vive sumida en una crisis que no vislumbra fin. Aquellas de 2017, y posteriores revueltas contra el poder omnímodo fueron sofocadas con violencia y sutilezas en el manejo de las leyes heredadas de la democracia, hasta la sustitución misma de esas leyes por la instauración de un mecanismo de control a perpetuidad. Bien mirado, Maduro es más discípulo de Heidegger que el mariscal nazi Hermann Göring, en cuya declaración al ser capturado por los británicos argumentó que “en doce años lo fue todo”. Y en ocho años de autocracia el exguagüero Maduro lo ha sido todo, a tal punto de ser, hoy, como los nazis ayer en similar tribuna, acusado e investigado por el nuevo fiscal de la Corte Penal Internacional, el británico —¡vaya ironía!— Karim Khan, por crímenes de lesa humanidad.

Por primera vez se sienta en el banquillo de los inculpados en La Haya, con pruebas fehacientes, a una dictadura de América Latina. Concluida su misión, que esperamos sirva para algo, el señor Khan debiera llegarse unos kilómetros más hacia el noroeste, a Nicaragua, donde el tirano Daniel Ortega procurará por estos días eternizarse en el poder a través de unas elecciones de antemano resueltas, luego de enviar a la cárcel a todo aquel que representara una sombra de oposición. Más de 30 personalidades de la política, el periodismo y la cultura han sido apresados en los últimos meses, mientras que otros han debido escapar al exilio que ya suma cientos de miles de nicaragüenses desde las masacres de 2018, cuando centenares de personas perdieron la vida y miles fueron heridos o condenados por protestar. Un informe reciente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sostiene que en Nicaragua son nulas las libertades de expresión y de prensa, tanto como las de manifestación y reunión, e insiste en presentar a ese régimen como perpetuador de crímenes de lesa humanidad. Sin embargo, Ortega, de camino a su quinto mandato y cuarto de forma consecutiva desde 2007, como aquellos alemanes en el juicio de Nuremberg, lo niega todo: niega que sea sangre la sangre derramada, niega el exilio forzado de los que abandonan la patria, niega la censura de periódicos que hoy están clausurados.

La esposa de Ortega, Rosario Murillo, dizque escritora, publicó un ensayo: “El país que soñamos (el viaje a la tierra prometida)” (Ediciones Caminodeamor, Managua, 2001), para decir lo que todas las dictaduras de izquierda aseguran: que el reino de Dios está en la tierra, y que ellos son el evangelio vivo, con derecho a matar por ese “sueño”, pues al fin y al cabo Heidegger nos dijo que no hay razón sino la de la muerte. Como el Reich que según Hitler debía durar mil años, estos modernos milenaristas retoman la herejía, esta vez no contra los dogmas de la fe, sino contra la dignidad plena del ser humano.

En Cuba, epicentro de esta cartografía oscura, a la propaganda oficial se le ha ocurrido la idea de que el sistema vegetará por los siguientes sesenta y dos mil milenios —¡nada menos! Justamente cuando al delfín de los Castro, Miguel Díaz-Canel, parece acabársele la cuerda que lo llevó a la rusificada y orificada cúpula del Capitolio. En apenas tres meses, el espíritu de las protestas que repletaron los alrededores de ese edificio en La Habana, y que se sucedieron en todo el país, ha despertado en un renovado ambiente de sublevación, en un reclamo que agota las posibilidades legislativas de control absoluto y derriba el palimpsesto de decretos que intentan asfixiar a la ciudadanía. Como en julio, el humillado Díaz-Canel —ingeniero mediocre cuya misión de graduado fue el adoctrinamiento político de los jóvenes sandinistas en el primer mandato de Ortega— ha vuelto a amenazar con la violencia como recurso paralizante, acudiendo al odio y la ceguera de unos contra el pacifismo y los deseos de libertad de otros. Pero, ¿qué le resta al acartonado dictador, sino mancharse, como sus gemelos Maduro y Ortega, las manos de sangre? Eso, o regresar a la nada burocrática, donde su nariz aguileña, amada por sus amos, no podría alzarse sobre tantas cabezas.

Para curarnos, pues, del destino de estos hombres, desgraciadamente enlazados a nuestros destinos con sus cargas de muerte, sería mejor poner en nuestras vidas un ansia de resurrección, y, una vez recuperadas la libertad y la democracia, no olvidar nunca la época en que la conquista de estos bienes dio sentido a la existencia, y que por lo tanto no estamos arrojados en el tiempo, sino que podemos vencer el tiempo atreviéndonos a ser.

📷 Stanford University, Reuters, Infobae y BBC.

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