¿HÉROES O BANDIDOS?
- Will Lukas
- 10 jul 2021
- 2 Min. de lectura

✍ Pedro Armando Junco 📷 Tomada de AFP
La violenta muerte del presidente de Haití Jovenel Moïse ha causado inquietud a los gobernantes del nuevo mundo, incluso a los de regímenes autoritarios. Y no es para menos por la manera en que fue llevada a cabo: un comando profesional y con armas automáticas. Según criterios, el hombre debió entregar el poder en febrero y no lo hizo.
Pero todo jefe de gobierno debe tener en cuenta que asumir ese cargo conlleva tal posibilidad, incluso en los regímenes más democráticos y civilizados, como sucedió en Suecia en 1986, al salir tranquilamente del cine Olof Palme con su esposa.
Sin embargo, el motivo de mi análisis hoy no es su calificación como magnicidio, regicidio o tiranicidio; este último, a mi modo de ver, con ciertas ventajas populistas, es considerado muchas veces como un hecho heroico.
No sobra reseñar dentro de esta consideración demagógica, el frustrado asalto al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957 con el propósito de matar a Fulgencio Batista, cuya fecha se solemniza como arrojo revolucionario histórico. Ni hay por qué olvidar tampoco el frustrado intento de Hugo Chávez por linchar a Carlos Andrés Pérez en 1992. Luego de alcanzar el poder en Venezuela, Chávez deploró ese tipo de hecho en su contra la vez del intento de golpe de estado, como la más vil de las acciones. Un buen marxista diría: “aquí hay mucha dialéctica para debatir.”
De hecho, todo asesinato es deplorable en la misma medida que cualquier tiranía. Pero si alguna vez hemos dicho y repetido que “todas las tiranías son malas, aunque las hay peores”, creo que es la oportunidad de asegurar que todos los magnicidios son repudiables, aunque los hay más comprensibles.
En mi novela Muchachas en Río Blanco –y les juro que no es mi intención promocionar el libro– dejo muy claro la única justificación de este tipo de crimen, teniendo en cuenta siempre, desde los milenarios ajusticiamientos de nerones y calígulas, que matar al causante de tantos asesinatos inexcusables es menos dañino que dejarlo seguir gobernando.
Respecto a Jovenel Moïse, repudio el hecho aun cuando sus enemigos lo culpen de muchas acciones equivocadas y de imposiciones fuera de la lógica y de la ley. El hecho de ser un jefe de gobierno que está obligado a tomar decisiones no muchas veces acertadas, debería eximirlo del castigo de morir asesinado. Si eso se justificara como pena para todos los presidentes del mundo, viviríamos en una anarquía permanente y, desde hace siete décadas, Cuba habría quedado sin presidentes.
✅ Síguenos en Twitter (@LaHoradeCuba20), Instagram (lahoradecuba) y en nuestros canales de Telegram y Youtube (La Hora de Cuba).
Commentaires