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DE STALIN A DÍAZ-CANEL

  • Foto del escritor: Will Lukas
    Will Lukas
  • 11 may 2021
  • 3 Min. de lectura

✍️ Pedro Armando Junco 📷 Tomadas de www.granma.cu/ © Sputnik

Salgo a la calle, miro la miseria de mi pueblo y me estremezco. Nuestra miseria. Y me pregunto cuál será el futuro de mi pueblo. Entonces me remito a Rusia y recuerdo a Stalin, el prototipo político que le valió al Hombre de la piedra el calificativo de “último stalinista”.

Fue Stalin el mayor tirano del siglo XX, solo emulado por Hitler. No tuvo piedad ni con sus más fieles colaboradores, a los cuales manejaba como a títeres. Se permitió convertir en bufón a Nikita Jruschov, quien a la postre lo sustituiría; y cuentan que Lavrenti Beria, su instrumento diabólico, tembló ante su presencia hasta el minuto de su muerte. Entonces vienen a mi mente Huber Matos, Camilo Cienfuegos, Humberto Sorí Marín, Arnaldo Ochoa, José Abrantes y hasta el Che Guevara abandonado en las selvas de Bolivia.

Cuentan que fue Stalin, antes que Hitler, quien ideó los campos de concentración, donde iban a parar todos los que se consideraran indeseables; y golpea mi memoria los campamentos de las UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción) en la década de los años sesenta, cuando recluyeron en ellos a religiosos, homosexuales y opositores.

Millones de ucranianos murieron de hambre la vez que Stalin, sin pisca de piedad, ordenó el saqueo de sus alimentos; realidad que no me permite soslayar esos años noventa del pasado siglo en nuestro país cuando hasta los gatos callejeros fueron diezmados por el hambre de la población, cuando sacrificar una res propia constituía un delito de largas penas carcelarias.

Por eso me sumerjo en la triste historia soviética, la única capaz de ofrecernos un aproximado paralelo y alguna luz al final de nuestro túnel; porque tampoco es de olvidar según cuentan sus biógrafos que, a pesar de ser temido hasta los últimos latidos de su corazón, luego de su muerte, Jruschov lo encajó en una urna de cristal –existen también urnas no precisamente de cristal– al lado del camarada Lenin como objetos museológicos y comenzó, disimuladamente, una época de cambios.

Luego, la destitución de Jruschov daría razón a Karl Marx sobre su teoría del aparente retroceso de las sociedades debido a la espiral evolutiva por la que avanzan. El ruso que naciera en 1917 y terminara su existencia antes de 1989, pudo haber asegurado que el comunismo sería eterno. Los procesos políticos y sociales son demasiado extensos para que una existencia humana los abarque. Sin embargo, gracias a diversos factores, tanto internos como externos, llegó a la cima del poder Mijail Gorbachov que, a pesar de ser un comunista convencido, abrió una pequeña brecha a la compuerta para dar oxigenación al Sistema y se le derrumbaron los muros de la represa. Nuestra generación ha tenido el privilegio de avistar cambios sociales en el mundo durante pequeños lapsos de tiempo, mientras nuestros antepasados jamás pudieron soñar vivirlos.

Cuento todo esto porque si el comunismo soviético demoró setenta y dos años en caer, a nosotros nos faltarían diez para alcanzarlo. Pero esto ni el mismo Raúl Castro se lo cree. Quizás por eso hayan sido sus amenazadoras palabras al despedirse como Primer Secretario del Partido. Su tiempo está terminando no solo políticamente, sino por esa raya roja que pone Dios al ser humano: el límite de la existencia.

Y ahora viene la pregunta que nos hacemos todos: ¿será Díaz-Canel el Jruschov o el Gorvachov cubano? No lo creo. ¿Pudiera ser el Putin? Menos aún, porque ni la geografía, ni el desmembramiento económico, ni los medios informativos independientes, ni la cercanía de la otra mitad de la nación cubana que es quien hoy nos alimenta, ni muchos factores más que serían inmensos de enumerar, le permitirán mantenerse en el poder a la fuerza sin efectuar los cambios estructurales capaces de resolver la miseria cubana, ya que estos conllevarían de inmediato al desmantelamiento de un régimen acosado a la vez por la pandemia, el hambre y una población cansada de tantas mentiras y promesas falsas.

Ahora bien; predecir el cómo y el cuándo del cambio, me traslada a un chiste de humor negro que anda de paseo por las redes sociales:

Un amigo cuenta a otro: –¿Sabes que yo hablo con Dios todos los días por teléfono? –¿Ah, sí! ¿Y no le has preguntado cuándo se acaba esto? –Ya lo hice… –¿Y qué te dijo? –¡Me colgó…!

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